lunes, 29 de agosto de 2011

EL AMOR Y LA SANGRE

El amor sube por la sangre. Quema la ortiga del recuerdo y reconquista el ancho campo abierto, la ceniza fundadora, que la brasa sostiene.

El amor es herencia de la sangre, como el odio, su amante, y se mantienen íntimos, besándose, nutriéndose de sus dobles sustancias transmitidas.

Nada podrá arrancarles de su abrazo: La espada, el hielo, el tiempo, con sus filos mezclarán sangres, que, lluviosamente, germinarán odios, amor o nuevas sangres.

¿Cómo decir: —«Aquéllos, que nunca conocieron la sangre derramada, que separen el odio del amor y reconstruyan las viejas catedrales de la dicha...»

¿Aquéllos?, ¿son acaso otros que los murientes trasvasados, hechos de sangre antigua? No es posible lavarse el alma ni las manos cuando fluye hacia ellas sangre y olor a sangre.

Si ha de hacerse el amor, será con sangre trepadora, quemante, conocida, pura sangre del odio, amante impávido que el amor fecundiza.

Si ha de hacerse la paz...

—¡Callad, campanas!, ¡Ved la tierra, la tierra, que resume su tempero sangriento y le convierte en paz, en paz, a puñetazos puros...!

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