sábado, 8 de octubre de 2011

EL SABOR DE LAS LAGRIMAS

Alguna vez, de pronto, me despierto:

Un dolor me recorre tenazmente, un dolor que está siempre, agazapado, por saltar, desde adentro.

Entonces tengo miedo.
Entonces, me doy cuenta que estoy sola frente a mí, frente a Dios, frente a un espejo lleno de mis imágenes, de rostros polvorientos.

Estoy sola, pero siempre estoy sola: Es lo único cierto.

El amor era un huésped, la soledad es siempre el compañero que permanece al lado, inconmovible. Lo único seguro, verdadero. Oigo mi corazón, vieja campana que dobla y que golpea, que rebota en las sienes y en la nuca y en la boca y los dedos.

Es cierto, tengo miedo. Miedo de no poder gritar, de pronto, de que ya sea demasiado tarde para un ruego. La costumbre ahoga las palabras y alarga el desencuentro. Ah, tantas cosas quedarán ocultas, perdidas, sin recuerdo, tantas palabras que no fueron dichas, tantos gestos.

Unos dirán: Yo sé, la he conocido, fue una rebelde, se desolló las manos y la vida por defender los que creyó más débiles.

Otros dirán: Yo sé, la he conocido, era dura, malévola, avara de ternura, con la boca mostraba su desprecio.

Alguien dirá: Y cómo sonreía...

Qué importa lo que vendrá después del gran silencio. Claro que tengo miedo.Así, en la madrugada mientras algún dolor -un dolor, siempre- va hincando sus agujas en mi cuerpo, abro las manos en la sombra dulce para atrapar mi soledad, de nuevo, y me quedo a su lado, sin moverme, con los ojos abiertos la vida detenida.

Toda mi sangre es un temor inmenso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario