Quién nos dijo mientras nos desperezábamos al mundo que alguna vez hallaríamos cobijo en este desierto.
Quién nos hizo creer, confiar, -peor: esperar-, que tras la puerta, bajo la taza, en aquel cajón, tras la palabra,
en aquella piel, nuestra herida sería curada.
en aquella piel, nuestra herida sería curada.
Quién escarbó en nuestros corazones y más tarde no supo qué plantar y nos dejó este hoyo sin semilla donde no cabe más que la esperanza.
Quién se acercó después y nos dijo bajito, en un instante de avaricia, que no había rincón donde esperar.
Quién fue tan impiadoso, quién, que nos abrió este reino sin tazas, sin puertas ni horas mansas, sin treguas, sin palabras con que fraguar el mundo. Está bien, no lloremos más, la tarde aún cae despacio. Demos el último paseo de esta desdichada esperanza.
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