Vives en lo que pienso, en lo que digo,y con vida tan honda que no hay centro, hora y lugar en que no estés conmigo; pues te clavó la muerte tan adentro del corazón filial con que te abrigo que, mientras más me busco, más te encuentro.
Me toco... y eres tú. Palpo en mi frente la forma de tu cráneo. Y, en mi boca, es tu palabra aún la que consiente y es tu voz, en mi voz, la que te invoca.
Me toco... y eres tú, tú quien me toca. Es tu memoria en mí la que te siente: ella quien, con lágrimas, te evoca; tú la que sobrevive; yo, el ausente.
Me toco... y eres tú. Es tu esqueleto que yergue todavía el tiempo vano de una presencia que parece mía.
Y nada queda en mí sino el secreto de este inmóvil crepúsculo inhumano que al par augura y desintegra el día. Todo, así, te prolonga y te señala; el pensamiento, el llanto, la delicia y hasta esa mano fiel con que resbala, ingrávida, sin dedos, tu caricia.
Oculta en mi dolor eres un alaque para un cielo póstumo se inicia; norte de estrella, aspiración de escala y tribunal supremo que me enjuicia. Como lo eliges, quiero lo que ordenas; actos, silencios, sitios y personas. Tu voluntad escoge entre mis penas.
Y, sin leyes, sin frases, sin cadenas. Eres tú quien, si caigo, me perdonas. Si me traiciono tú quien te condenas... Y quien, si te olvido, me abandonas.
Aunque si nada en mi interior te altera,todo, fuera de mí te transfiguray, en ese tiempo que a ninguno espera,vas más de prisa que mi desventura. Del árbol que cubrió tu sepultura quisiera ser raíz, para que fuera abrazándote a cada primavera con una vuelta más, lenta y segura.
Pero en la soledad que nos circunda ella te enlaza, te defiende, te ama, mientras que yo tan sólo te recuerdo. Y al comparar su terquedad fecunda con la impaciencia en que mi amor te llama, siento por primera vez que te pierdo.
Porque no es la muerte orilla clara, margen visible de invisible río; lo que en estos momentos nos separa es otro litoral, aun más sombrío. Litoral de vida. Tierra avaraen cuyo negro polvo, ávido y frío,del naufragio que en ti me desamparainútilmente busco un resto mío.
Es tu presencia en mí la que me impide recurperar la realidad que tuve sólo en tu corazón, cuando latía. Por eso la existencia nos divide tanto más cuanto más tiempo en mi alma sube la vida en que tu muerte se confía.
Sí, cuanto más te imito, más advierto que soy la tenue sombra proyectada por un cuerpo en que está mi ser más muerto que el tuyo en la ficción que lo anonada.
Sombra de tu cadáver inexperto.
Sombra de tu alma aún poco habituada. A esa luz ulterior a la que he abierto. Otra ventana en mí, sobre otra nada...
Con gestos, con palabras, con acciones, creía perpetuarte y lo que hago es lentamente, en todo, deshacerte. Pues para la verdad que me propones el único lenguaje sin estrago es el silencio intacto de la muerte. Y sin embargo, entre la noche inmensa con que me siñe el luto en que te imploro, aflora ya una luz en cuyo azoro una ilusión de aurora se condensa.
No es el olvido. Es una paz más tensa, una fe de acertar en lo que ignoro; algo —tal vez— como una voz que piensa y que se aísla en la unidad de un coro. Y esa voz es mi voz. No la que oíste, viva, cuando te hablé, ni la que al fino metal del eco ajustará en su engaste, sino la voz de un ser que aún no existe y al que habré de llegar por el camino que con morir tan sólo me enseñanste.
Voz interior, palabra presentida que, con promesas tácticas, resume—como en la gota última, el perfume— en su paciente formación, la vida. Voz en ajenos labios no aprendida—¡ni siquiera en los tuyos!—; voz que asumela realidad del alba estremecida que alcanzaré cuando de ti me exhume.
Voz de perdón, en la que al fin despunta esa bondad que me entregaste entera y que yo, a trechos, voy reconquistando; voz que afirma tan bien lo que pregunta y que será la mía verdadera aunque no sé decir cómo ni cuándo... ¿Ni cuándo?... Sí, lo sé. Cuando recoja de la ceniza que en tu hogar remuevo esa indulgencia inmune a la congoja que, al fuego del dolor, pongo y atrevo.
Cuando, de la materia que me aloja y cuyo fardo en las tinieblas llevo, como del fruto que la edad despoja, anuncie la semilla el fruto nuevo; cuando de ver y de sentir cansado vuelva hacia mí los ojos y el sentido y en mí me encuentre gracias a tu ausencia, entonces naceré de tu pasado y, por segunda vez, te habré debido—en una muerte pura— la existencia.