Incógnito, pasa el reloj golpeando su itinerario, en una marcha rumbo al olvido: se parece a tus manos que laboran, a tus pies circunscritos a un agujero, a tus ojos que no tienen derecho a soñar.
¡Yo insisto en quedarme!
Y mientras la piedra con su granulometría y tenaz monopolio de memoria dura, insonora consolida su áspero ligamento en el basto ejercicio del concreto; tú gritas y tiembla el mundo: interrumpes el misterio de los palacios y allí, ellos consternados cierran los ojos y expectoran en lo que tú podrías ser.
Para tu confesión con el lamento, hay un postulado de tiros al blanco: el estómago deshabitado de las cucharas puede corroer los barrotes del universo, estandarizar el oro y el cristal de las lámparas.
Y como el péndulo que lengüetea la brisa, para ti, sólo hay lo que hubo: un gran silencio y eso es todo.
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