martes, 18 de enero de 2011

DICIEMBRE

Este poema es la trágica historia del olvido de un poema. Brotaron sus palabras como voz que brotaba del sueño. Bellas estrofas perdidas, inquietantes imágenes rezumando silencio, borradas como nombres escritos una tarde de estío en la arena y que la pleamar se llevó.

No hay espacio aquí para el desencanto (Yo, como ese poema, también soy silencioso) Tan sólo la reflexión, la terrible constatación del final de tantos, tantos versos, y la debilidad con que se asume lo inefable como un poso de pureza imposible, semejante a esos días en que el trastorno nos desvanece y algo interior, girando donde nada gira, grita ¿dónde estás? para que algo, igualmente interior, descubra en la respuesta un umbral que nunca franquearemos, temerosos de hallar que las palabras son una cortina de humo, fragmentos volátiles como vilanos en una tempestad.

¿Y si cerrara los ojos?
¿Y si dejara que el vacío llenase esta página como el agua los huecos de árboles desarraigados?

No, no es la palabra escrita sino la ausente la que perdura. Y esa ausencia tiene una forma, y esa forma tiene un color, y ese color tiene, posiblemente, un destino. Ahora es de noche y escribo. Escribo caído en la trampa de la costumbre como una ave migratoria que, a ojos de las otras, es sólo un bicho perdido, demasiado confuso para volar. Volar, errar detrás del agua sólo para constatar la sed y darle un rincón, el mismo que a la forma que en el lecho el pensamiento deja de un cuerpo inalcanzable.

Sí. Es de noche. Y escribo este poema. Mañana, pájaro de alas rotas, narrará la historia de otro poema sin existencia lo poseeré mientras surja. Luego será, seré abandonado.

¿Cómo podría ser de otro modo?

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