Cuando te veo cruzar, oh mi amado indolente, paseando el hastío de tu mirar profundo, suspendiendo tu paso tan armonioso y lento mientras suena la música que se pierde en los tejados.
Cuando veo, en el reflejo de la luz que la acaricia, tu frente coronada de un mórbido atractivo; donde las últimas luces del sol traen a la aurora, y, como los de un cuadro, tus fascinantes ojos.
Me digo: ¡qué bello es! El ornado recuerdo, pesada y regia la torre, la corona, y su corazón, prensado como fruta, y su cuerpo, están prestos para el más sabio amor.
¿Serás fruto que en otoño da maduros sabores?
¿Vaso fúnebre que aguarda ser colmado por las lágrimas?
¿Perfume que hace soñar en aromas desconocidos, almohadón acariciante o canasto de flores?
Sé que hay ojos arrasados por la cruel melancolía que no guardan escondido ningún precioso secreto, bellos arcones sin joyas, medallones sin reliquias; más vacíos y más lejanos, ¡oh cielos!, que esos dos ojos tuyos.
Pero ¿no basta que seas la más sutil apariencia, alegrando al corazón que huye de la verdad
¿Qué más da tontería en ti, o peor aún, la indiferencia?
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